Sonrisas van vienen, sonrisas que no desaparecen, entre encuentros casuales, y tertulias paulatinas, entre miradas inquietas como sombras clandestinas viajan sueños, ideas, momentos y vidas escondidas entre risas y sonrisas para aflorar memorias de esta flamante vida.
Que sería de la vida sin esos momentos que nos llenan de entusiasmo y nos dan empuje para saborear cada instante que ella pone a la deriva, para albergar ilusiones y llenar nuestra alma de optimismo aunque estemos atravesando difíciles tiempos.
Que sería de la vida sin el poder enorme que nos da la sonrisa, esa sonrisa que compartimos con otros o recibimos desde los más viejos hasta los más niños. Esa que nos empuja, nos alienta, nos hace ser optimistas y recargar nuestro cuerpo de energía fortificadora, de ganas de luchar y no desfallecer.
Esa sonrisa que tapa nuestras penas y las vuelve risas, que nos levanta cuando creemos caer, esa sonrisa que nos llena siempre de nuevas esperanzas y permite que nuestra alma mantenga la fe y nunca se dé por vencida.
Sonrisas vienen y van, algunas desbordantes de alegría y otras como mascaras que dan luz al día, pero todas ellas tienen algo en común, alimentan nuestro ser, esa llama interior que no nos deja vencer, que nos permite ver la belleza que nos rodea, los colores y la maravilla detrás de cada vida. Ella que cambia nuestro rostro por optimismo, esperanza y anhelos de vida.
Una simple sonrisa puede transmitir tu alegría al que ha tenido un mal día, cambiar el ánimo de un amigo, hacer un día cálido para el desconocido, llenar de ilusión al ser querido, e incluso es el idioma sin fronteras, la mejor área del lenguaje de los gestos, es inspiradora y no tiene acentos.
Una sonrisa es relajante, un gran antidepresivo, rompe con el estrés y cortantes momentos, nos hace amables, cordiales y benevolentes al dejar entrever a través de nuestros gestos la fuerza que despliega nuestro corazón desde el interior de nuestro ser.
No escatimes nunca tus esfuerzos antes de regalar una nueva sonrisa.